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< La Guerra de Castas
Enfilan hacia la cabina de mando de la nave, y en el trayecto la banquera se aventura a hablar sobre los desazones que ha vivido la noble desde la culminación de la guerras divinas.

Marceline: Oí por ahí que te patinaba el coco. ¿Qué pasó? ¿Perdiste a alguien querido?

"Las guerras divinas significaron una lucha larga y tortuosa para casi todos los que metimos nuestras narices en ella. Solo fui una de las tantas personas que tocó fondo. Admito que quise rendirme... Pero lo positivo de terminar abajo es que desde ese punto solo se puede subir. Un buen psicólogo, varios tipos de anti-depresivo, un maratón de los Simpsons, y mucha reflexión sobre el pasado que sirvió de gasolina para mi ganas de encarar un mejor futuro, fueron la medicina que necesité para salir a la luz y volver al tablero"

Marceline: Uy, ¿y no te da cosa regresar abajo de nuevo por un desliz?

Luccas esboza una sonrisa confiada y se detiene un momento.

"Tengo demasiadas responsabilidades. A las personas como yo, que forman parte de la órbita central de los acontecimientos, solo se les permite conocer las derrota tres veces en la vida: La primera es externa, cuando ves caer a tu ídolo, alguien que aprecias o admiras y te da el ejemplo de lo que significa derrumbarse; la segunda es propia, para aprender de tu fracaso, decidir si continuar por ese camino o pasarse a otro más sereno o insatisfactorio; y la tercera es cuando toca morir" Reanuda la caminata y Marceline sigue su ejemplo. "Llevo dos de tres... Por eso, hasta que me toque dar mi último respiro, apuntaré a la victoria de los míos"

Las puertas de la cabina del Zanzinbar les abre paso hasta quedar en el centro de esta. Las ventanas panorámicas muestran el cielo, plagado por la flota Señorial, miles de maquinaria bélica mezcla de tecnología zeonita y la cosecha cardinal, una tormenta de tonalidades verdes y grises como una maraña de langostas gigantes con ansías de devorar el mundo, mientras que en tierra India los tanques, mechas, y soldados avanzan a paso firme para repeler las fuerzas republicanas. Hondean sobre sus armas la bandera del Señorío Cardinal, las cuatro bestias celestiales.

Resulta obvio que, a diferencia de la Unión, el Señorío Cardinal dejaría de lado los juegos furtivos a la hora de tomar partido a favor de un lado de las castas. Se presentarían en el país con todo el poderío militar creado y diseñado en tiempos de guerra, barriendo con las huestes anarquistas conformadas por campesinos y trabajadores que de seguro ni entendían cómo usar del todo las armas que de alta tecnología que el benefactor secreto les suministraban. Esa gente de a pie la tendría difícil a la hora de competir contra soldados entrenados. El papel de los nobles fue claro, oprimir las protestas, apoderarse del terreno, y mantener una clara presencia en suelo Indio. Aprovechando el caos de su abrupta presencia, espías nobles y de la Compañía plateada se encargaban de recolectar información sobre los lideres republicanos, específicamente donde se ubican y estudiar sus patrones hasta que vean la oportunidad de darles el golpe de gracia, labores que también sazonaban de vez en cuando neutralizando a los sindicalistas y voceros más sonados de las castas contrarias. En pocas palabras el Señorío Cardinal convirtió el frente en una guerra, mientras que el patio trasero pasó a ser un campo de atentados, soborno y conspiraciones chungas, donde la llamada de una señorita preocupada a la casa de su madre, podría derivar en la captura y posterior ejecución de su esposo republicano que trataba de mantenerse oculto, pero que un teléfono pinchado bastó para descubrirle la fachada.

Si hubiera una corte internacional o lugar donde representantes de distintas naciones fuesen a debatir, la cosa seguramente iría así:

Representante de la Unión: Quisimos un tratado al estilo Versalles, pero el Señorío se negó.

Representante del Señorío: Ese tratado estaba rancio.

Representante de la Unión: ¡Deja de ser imperialista!

Representante del Señorío: ¡Obligame!

Obviamente no se llegaría a nada.

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