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< Kaibil
> Eduardo y Quetzal
Quetzal: Vaya... Eso sí es un problema.
El ambientalista reacomoda sus gafas, observa las explosiones desde una de las chozas del pueblo, presencia con espanto contenido como se incendia las selvas panameñas con napalm y cómo los animalitos se alejan por instinto del área en llamas.
Eduardo: Que raro...
El taxidermista, aun vestido de oso, afila sus herramientas en una mesa cercana, acaba de regresar al pueblo poco después de que detonaran el primer explosivo.
Eduardo: ¿Habrán escuchado de su afinidad con los animales, sargento?
Quetzal: Hmmmmmmm, ¿quien sabe? Si tuvieran nuestros archivos...
El desollador guarda las herramientas en un maletín en donde también lleva sus otras pieles, se queda con un largo cuchillo carnicero en la mano
Eduardo: Creí que la señorita noble se encargó de eliminarlos todos.
Quetzal: Jamás te fíes de una burgués, querido Ed. Son criaturas engañosas.
Eduardo: P-Pero lucía tan confiable.
El joven adulto cierra los ojos para contener las lagrimas y sorbe por la nariz. Sacude la cabeza antes de seguir con la conversación.
Eduardo: B-Bueno, ¿participará en la pelea? Vi a muchas muchachas armadas allá fuera. Daban miedo.
Quetzal: Por supuesto que pelearé. Tengo que hacer pagar a la persona que puso en peligro a mis amiguitos del bosque.
Ladea la mirada hacia los soldados del Last Man Contigent, en especifico donde Mox.
Quetzal: ¿Qué hay de usted, señor Mox? Confío que tanto usted cómo su caja secreta se encuentren más que listos. El enemigo ya viene para acá.
Los kaibiles vestidos como granjeros en las chozas sucedáneas también se empiezan a movilizar.
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