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Miraba el espectacular baño frente a él, uno de los mejores cinco baños a los que había entrado en toda su vida pensó por unos instantes. Luego, volteó al espejo para verse un minuto, tenía un moretón pequeño en un lado de la cara, no lo dolía, es más, ni sabía que lo tenía; ya había pasado mucho tiempo desde que se lo habían hecho para dejarlo dormido y lidiar con él, de seguro lo cedarían con algo para que no despertara por un largo rato, después lo metieron a la cápsula y lo dejaron allí. —Los malditos están dispuestos a deshacerse de las personas de las formas más curiosas— dijo mientras se miraba la cara, ya no tenía las ojeras típicas suyas, todo ese tiempo en la cápsula lo había revitalizado así sea un poco. Se lavó la cara y notó un poco de nauseas —Mierda, voy a vomitar— dijo entre arcadas, pero al final se tragó todo lo que por su garganta subía. Se enjuagó la boca y se dispuso a entrar en uno de los baños.
Al verlos todos con las puertas empezó a revisar si estaban ocupados. El pequeño icono del candado le decía que todos estaban ocupados, todos menos uno, entró en ese lo más rápido posible para poder matarse en paz. Se quitó la camisa y se puso a buscar en donde atarla para dejar su cuerpo allí. No vio nada. —Maldición— dijo con cierta rabia, respiró hondamente y miró su identificador. De pronto, se le encendió el foco. Se percató de que su identificador decía médico. Podía entrar a la enfermería, pedir medicinas y matarse a punta de píldoras de nuevo en el baño. —Eso es— hizo el gesto con su puño.
Salió despedido del baño..., pero se devolvió porque tenía que orinar, luego de esa meada que llevaba aguantando hace miles de años luz, se dirigió al ala médica en busca de sus pastillas para dormir.
—Ahora sí bebé, me mataré como Dios manda, como lo hacen las estrellas de rock, depresivos y mujeres embarazadas, a punta de pastillas.
Todo iría bien, sino fuera porque no conocía la nave, y se equivocó de salida. Terminó llegando al comedor. Se paró en seco y observó lo variopinto del lugar.