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Nyla Reyes EL ROSTRO DE DIOS.

Dos cosas muy importantes sucedieron en el año 2075. La primera fue que la humanidad descubrió una manera para llegar al Cielo, y la segunda fue el apocalipsis.

Resultó que existe una región en Plutón con una fuerza gravitacional extremadamente fuerte. Lo suficiente como para que ni siquiera deje escapar la luz. Pero, desde ese lugar en Plutón, resplandeció una luz brillante y pura. Fue así como descubrimos el Cielo, en primera instancia. Plutón se encuentra demasiado lejos como para que la luz pudiera ser vista con el ojo desnudo, pero, incluso durante el día, todos podían contemplarla.

Ahora bien, el apocalipsis fue un asunto completamente diferente. Este llegó desde debajo de la tierra y de los océanos. Criaturas altas con caparazones lisos y ojos negros que nunca parpadeaban. Se paraban erguidas, pero cuando se movían se arrastraban por la tierra como cucarachas. Eran rápidas y sus exoesqueletos eran duros, y eran tan fuertes como para partir a un adulto promedio por la mitad. Sin importar a cuántas asesinara el ejército, siempre había otras que ocupaban sus lugares.

Los países ya habían planeando una expedición tripulada para investigar la anomalía en Plutón, pero luego de la aparición de las criaturas, la misión fue priorizada. Yo fui uno de los cuantos pastores elegidos para acompañar a los astronautas en su viaje interestelar hacia el Cielo. Mi rol oficial era proporcionar apoyo moral para la tripulación, pero creo que todos los pastores sabíamos que fuimos enviados para convencer a quienquiera que estuviera del otro lado a que nos ayudara.

Siempre he sido firme con mi fe, incluso durante el apocalipsis. Pero algo que escuché antes de partir me seguía molestando, sin importar cuánto intentara olvidarlo. Era una cita que decía: «Vi el rostro de Dios, y estaba llorando». Supongo que me entristecía porque temía que fuera verdad. ¿Qué tal si, cuando viera a Dios, lo encontrara llorando porque no podría parar lo que nos sucedía? ¿Qué tal si ya estábamos condenados y algo más fuerte que Dios nos tenía a su merced? Estos pensamientos me consternaban tanto, que deseaba en parte que nuestra exploración se cancelara para que nunca tuviera la certeza de una respuesta. Pero llegamos a Plutón; cruzamos hacia el otro lado.

En el otro lado, vimos lo que solo podía ser descrito como ángeles, y un ser que tenía que ser Dios. Era inmenso, similar a nosotros pero diferente. A medida que nos acercábamos, noté que Él estaba viendo hacia la Tierra. De alguna forma, supe que era capaz de ver todo lo que estaba sucediendo. En tanto lo examinaba, todas mis preocupaciones previas fueron reemplazadas por un descubrimiento terrible.

Porque vi lo que Él vio: vi a las criaturas despedazando soldados demasiado jóvenes como para beber, las vi aplastando los cráneos de niños pequeños como si fueran uvas, las vi desmembrando familias enteras.

Vi el rostro de Dios mientras Él contemplaba todo esto. Vi el rostro de Dios, y estaba sonriendo